Una Rusia debilitada por la guerra, pero ansiosa por romper el aislamiento, junto a una China con delirios de grandeza, se juntan hoy en Sudáfrica para participar en una nueva cumbre del bloque de los BRICS (por las siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el peculiar frente de países creado en 2009 para rivalizar con el formado por Estados Unidos y Europa.
El encuentro, que se prolongará hasta el jueves en Johannesburgo, tiene como marco inevitable la guerra de Ucrania, y un asunto principal sobre la mesa: la posible ampliación del bloque con nuevos miembros, aún más heterogéneos que los actuales tanto en sus sistemas políticos como en su situación de desarrollo económico.
Son más de 40 los países que han mostrado su interés por unirse a los BRICS, de los que 23 han hecho formalmente la solicitud, entre ellos naciones tan dispares como Argentina, Arabia Saudí o Irán.
En muchos casos, las ventajas de incorporarse al flamante bloque anti-occidental son evidentes: el frente asegura protección en caso de un conflicto con EE.UU. o con Europa, o al menos garantiza un respaldo diplomático y económico en caso de sanciones, aunque la perspectiva de contar con una moneda común o un Banco Central está muy lejos o es simplemente utópica. Las cifras de los cinco países que hoy componen el bloque son elocuentes: suponen el 23% del PIB mundial, el 42% de la población y el 16% del comercio global.
No a una nueva Guerra Fría
Sudáfrica, que este año actúa como anfitrión, presentará un conjunto de directrices que deben cumplir los nuevos miembros. En un discurso televisado el domingo, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, advirtió que su país se opondrá a que el grupo transforme la competencia con Occidente en la gobernanza mundial en un «enfrentamiento» al estilo del de la Guerra Fría entre EE.UU. y la URSS.
Este es también el temor de la India y de Brasil, que ya han adelantado su oposición a que el grupo de los BRICS se expanda en estos momentos. Dado que las reglas establecen que los acuerdos deben tomarse por consenso, los analistas ven muy difícil que de esta decimoquinta cumbre salga algún acuerdo de ampliación.
El estado de fragilidad con que Rusia acude a esta cumbre es evidente. Putin ha decidido delegar su representación en su ministro de Exteriores para evitar el viaje, dada la orden de detención emitida por el Tribunal Penal Internacional. Moscú tiene mucho que agradecer a los BRICS: no se han sumado a las sanciones internacionales, y Brasil se niega a exportar armas a Ucrania. Pero su debilidad en el seno del bloque será utilizada por Pekín para imponer un liderazgo, muy matizado por la obligación del consenso.
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